Por: Alfredo Varona

Sí: Ana Fidelia Quirot (1963).


La misma atleta cubana que luego fue campeona mundial y plata olímpica y que apareció en el Iberoamericano de Barcelona del 83 con 20 años.


Y no fue lo que ganó (400 y el relevo 4×400) sino cómo ganó, cómo corría esta jovencísima mujer que luego sería elegida como ‘La Tormenta del Caribe’. Fue imposible olvidarla para quienes lo vivieron.


Nos lo contará Gregoria Ferrer que compitió con ella en esta edición.


Una edición en la que nombres como José Luis González, José Manuel Abascal, Domingo Ramón, Antonio Prieto, Raúl Gimeno, Maite Zuñiga, Blanca Lacambra… demuestran el potencial del jovencísimo equipo que llevó España al Iberoamericano de 1983 con un balance final de 32 medallas (20 en hombres y 32 en mujeres).

En total fueron 10 medallas de oro frente a las 18 de Cuba que, aparte de Ana Fidelia Quirot, presentó un equipo lleno de nombres como Jaime Jefferson en longitud, Lázaro Betancourt en triple, Caridad Colón en jabalina, Maritza Marten en disco…, que demostraban las posibilidades de Cuba de cara al futuro. El talento siempre tiene fecha de salida.


Y todo eso se vivió en Barcelona, en el mes de septiembre de 1983, en la pista de Serrahima, esa joya de la historia de nuestro atletismo que tuvo la fortuna de vivir este campeonato que también recogió nombres en los 1.500 y 3.000 metros como el de la portuguesa Aurora Cunha (que luego sería una gran maratoniana).

El Campeonato se celebró un año después de la creación de la Asociación Iberoamericana de Atletismo, que fue presidida desde su inicio por Juan Manuel de Hoz, que era el presidente de la RFEA.

Y en esta ocasión, vamos a recordar aquel campeonato a través de dos nombres propios: Alberto Ruiz Benito, que ganó en pértiga, y Gregoria Ferrer, que compitió en 400 y en el relevo 4×400.

«Escuché como le cantaban a Ana Fidelia Quirot el paso del 200» (Gregoria Ferrer)


«Escuché como le cantaban el paso del 200 a Ana Fidelia Quirot, que entonces era récord de España«, recuerda Gregoria Ferrer, que iba detrás de ella. De hecho, fueron las dos únicas atletas que compitieron en el 400, «pero con una diferencia abismal». Ana Fidelia hizo 52,08 y Goya Ferrer 56,98. «Entonces ella tenía 20 años y, aparte de que era muy maja, ya se veía que iba a ser una estrella».



Goya tuvo una ocasión más de comprobarlo en aquel Iberoamericano en el relevo 4×400, que fue otro mano a mano España (con Blanca Lacambra, Esther Lahoz, Maite Zuñiza y Goya Ferrer en la última posta) frente a Cuba en el que volvió a pasar lo mismo. «Nos sacaron mucha distancia«.


«En realidad, aquel campeonato fuimos muy pocas mujeres. El atletismo femenino no era lo que es ahora. Sobre todo, en España. Por eso yo siempre digo que aquel Iberoamericano, en el que aparecieron nombres como Patiño, Teresa Rioné, Lourdes Valdor…, fue como la semilla de todo lo que iba a venir después«, argumenta Goya Ferrer, que hoy tiene 58 años y vive en Pamplona, donde trabaja «dando clases de gimnasia a señoras a través del Ayuntamiento de Pamplona«.


Goya era una chica muy joven en el 83. «Estudiaba COU y ya entrenaba con Alejandro Ruiz y recuerdo que el Iberoamericano fue una de mis primeras oportunidades de viajar«. Un camino que luego llegaría hasta los JJOO de Barcelona 92, nueve años después, donde también estaba Ana Fidelia Quirot, que ya era conocida como ‘la tormenta del Caribe’ y que entonces fue medallista de bronce.


Gregoria Ferrer se acordó entonces de la primera vez que la vio en el 83 en el estadio de Serrahima que no era el de Montjuich en los JJOO, pero para Goya siempre significará «un recuerdo distinto de juventud. Han pasado 39 años y es difícil memorizar detalles. Pero si por algo recuerdo aquel campeonato insisto en que fue gracias a Ana Fidelia«.


«Dormí en casa, me levanté y fui a competir» (Alberto Ruiz Benito)

 
Alberto Ruiz ganó con demasiada claridad en la pértiga (5,20) por delante del portugués Manuel Miguel (4,50). «No hubo mucho nivel«, admite Alberto, que entonces era un joven de 21 años, preparado para asumir mayores desafíos en el futuro como fueron los JJOO de Los Ángeles 84 (donde fue noveno clasificado) y para llegar a alcanzar los 5,61 metros (Manresa, 1986).


Alberto recuerda aquel Iberoamericano, porque «se disputó en Serrahima, que era donde entrenaba yo siempre. Y fue como un estímulo. De hecho, cada vez que voy a la pista su recuerdo me persigue porque fue diferente a todo. Dormí en casa, me levanté y fui a competir. No es como cuando vas a grandes campeonatos que tienen el pack completo: viajes en avión, hoteles de concentración, otros países, etc. Aquí fue todo diferente«, recuerda el discípulo de Hans Ruf.

 
Retroceder a Barcelona 83 implica viajar a otro mundo. «Hasta entonces no estábamos acostumbrados a competir con atletas del otro lado del charco. Ésa es la realidad. Por eso fue la primera vez que yo vi a los cubanos competir en directo. Estoy hablando de gente como Jaime Jefferson en longitud; Luis Mariano Delis en disco o Lázaro Betancourt en triple. De repente, tenerlos tan cerca fue impactante porque era gente que sólo veías en revistas. En aquella época no existía internet ni redes sociales ni nada. Era otro mundo».

Después de 39 años, no es fácil memorizar, «porque han pasado tantas cosas«, argumenta Alberto Ruiz Benito. «Pero sí recuerdo que Serrahima era un estadio con un encanto especial. Había grada en las dos curvas y en la recta principal», añade Alberto, que en 1981 se había proclamado campeón de España absoluto con 19 años y siete meses. Luego, lo fue otras 11 ocasiones más.


En realidad, Alberto perteneció a una generación fantástica que ya coincidió en 1983 en Barcelona. «El gran dominador fue Cuba. Pero nosotros teníamos un equipo potente en el que, por ejemplo, José Luis González ganó el 800 y José Manuel Abascal el 1.500. Al final, fueron 32 medallas las que logramos lo que demuestra que está muy bien y que fue un gran campeonato para nosotros«.



Alberto recuerda que él empezó a hacer atletismo en el año 75 antes de que muriese Franco y que arrancó en el estadio de Montjuic de esos años «cuando todavía estaba en ruinas». Y el precursor de todo aquello fue «Hans Ruf. Un romántico de los pies a la cabeza que defendía que «en el atletismo no hay absolutamente ninguna prueba que se pueda comparar con la pértiga«.